En enero de 2021 Emilia Carabajal (San Miguel, provincia de Buenos Aires 1989), Licenciada en Letras y profesora de nivel secundario, terciario y universitario, además de poeta, me envió la versión definitiva de su libro Dido para comenzar con el trabajo de edición. Ya habíamos estado comunicados unos meses antes y le había manifestado el interés de la editorial por el libro. Es que la historia de amor entre Dido y Eneas, narrada por Virgilio en el Libro IV de la Eneida, resulta muy atractiva por la característica de los personajes. Una historia de amor trágica, con consecuencias políticas. Por tal motivo le hice la siguiente entrevista:
¿Cuál es tu relación con la literatura clásica grecolatina? ¿Cómo surge la idea de escribir sobre Dido y Eneas?
La literatura grecolatina me gusta mucho. Aunque no soy una experta en ella, me ha influido bastante. Lamentablemente, mi formación en griego y en latín es muy deficiente, así que siempre he leído traducciones. Creo que las obras que más me han impactado son algunas tragedias griegas y ciertos pasajes de las Metamorfosis, de Ovidio. Ahora empecé a leer las tragedias de Séneca.
La idea de escribir sobre Dido y Eneas surgió de una forma bastante accidental. A decir verdad, la primera vez que leí la Eneida, cuando tenía unos veinte años, no me produjo una impresión muy profunda. Unos años después, viví un episodio amoroso que me recordó vagamente al del troyano y la fenicia. No es que alguien me abandonara para irse a fundar un imperio, pero la razón que ese alguien arguyó para terminar conmigo fue del orden de “Tengo obligaciones que no puedo descuidar”, una apelación al deber que me pareció muy careta y que se me antojó similar a la de Eneas. De ahí me quedó en la cabeza la idea de escribir algo sobre el tema. Pasaron un par de años más, empecé a asistir a un taller de poesía y decidí llevar a cabo ese proyecto de escritura. Para hacerlo, releí la Eneida, que me gustó mucho más que la primera vez que la había leído.
De todas formas, Dido no es un libro autobiográfico ni mucho menos. El episodio personal del que hablé recién no tiene en sí mismo ninguna relevancia, pero creo que me permitió vislumbrar algo más amplio que sí me interesó tratar en el libro: la irreductibilidad de la experiencia erótico-afectiva a la categoría ético-política del deber y la violencia e hipocresía de subsumir una a otra.
Les das voz a personajes que en la Eneida eran secundarios como Barce, la nodriza; el coro de troyanas. Y son esas mujeres, además de Dido y su hermana, las que narran la historia. El único personaje masculino que tiene voz en el libro es Ascanio, hijo de Eneas.
La idea de incluir otras voces además de la de Dido surgió rápidamente, en las primeras instancias de escritura. Me la sugirió mi profesor de taller, Jotaele Andrade. Pensándolo ahora, creo que el libro no podría haber sido escrito de otra manera. En ese momento, la relectura de Virgilio estaba fresca y sus personajes, muy presentes. La inclusión de algunos, como Ana, se caía de madura. La inclusión de otros, cuyo rol en la Eneida es muy secundario, fue una decisión más pensada. Tal es el caso de Barce. Me interesaba lo que una nodriza podía decir desde su doble condición de oprimida: como mujer y como esclava. Me interesaba también establecer una filiación con otros personajes, como la nodriza de Odiseo, la de Fedra y la de Julieta. Lo mismo ocurre con la inclusión del coro de troyanas: quise que el drama palaciego tuviera un contrapeso plebeyo. Además, el coro establece un punto de contacto con la tragedia clásica. En cuanto a Ascanio, creo que es digno de mucha ternura: su vida fue, hasta el momento de llegar a Cartago, un exilio geográfico y también afectivo, sin tierra y sin madre. Cartago se le presenta como un impasse, un reencuentro con el hogar y con lo femenino, antes de partir a Italia, donde va a iniciarse en la guerra y en la vida adulta. Desde ya, la exclusión de Eneas es una decisión consciente. Quise que en el poema hablaran las otredades (las mujeres, los adolescentes, la esclava) antes que el héroe épico. Lo dejé hablar en un epígrafe, nomás.
La historia nos lleva a reflexionar sobre ciertos temas políticos como el destierro, la lucha por los territorios y el poder que eso conlleva. ¿Pensaste el libro como una alegoría a temáticas sociopolíticas?
Hay una intención deliberada de incluir esos temas en el libro y de hacerlo desde una cierta mirada política. No diría que se trate estrictamente de una alegoría. Mi propósito fue que el libro estuviera cruzado por una perspectiva de clase y una de género, pero no hacerlo de una manera forzada. Espero haberlo logrado. Quiero decir: las situaciones que atraviesan los personajes, las respuestas que pueden dar a ellas, los vínculos que establecen entre sí están condicionados por relaciones de poder desiguales, según la clase y el género al que pertenezcan. Esas tensiones están presentes lo largo de todo el libro, a veces en primer plano, a veces en sordina. Si fui capaz de escribir como me lo proponía, entonces los personajes no se agotan en esas relaciones de poder desiguales, no son un ejemplo de manual de la clase o del género a los que pertenecen, pero están atravesados por ellos.
El destierro y la búsqueda de una tierra son temas también incluidos deliberadamente. Quise que tuvieran una resonancia más allá de la historia contada en el libro. Por ejemplo, cuando lo escribí, el verso “La patria era un pira irreversible” me hacía pensar en la Argentina del 2001, sobre todo en algunas fotos muy desoladoras de las jornadas de diciembre. Ahora, al citarlo, pienso en Palestina (hablo de lo que el verso me evoca, sin pretender establecer una correspondencia entre una situación y otra, desde ya). Walter Benjamin dijo que la historia humana es la historia de una catástrofe. Bueno, algo de eso hay en ese verso. Otro ejemplo es el poema en que las troyanas celebran que, aparentemente, al fin encontraron donde quedarse: fue pensado como un canto de las mujeres frigias y a la vez de las mujeres campesinas.
El libro parece una traducción del latín. ¿Por qué elegiste ese estilo de narración poética? Te pregunto porque su lectura produce un extrañamiento por ese mismo estilo.
Empecé a escribir el libro apenas terminé de releer la Eneida. Supongo que algo del tono se me habrá pegado. Usé ese registro desde los primeros borradores. Tuve vacilaciones sobre otras cuestiones, como la estructura del libro, pero no sobre el tono. Fue una decisión intuitiva. Ahora, que la pienso en frío, la sigo sosteniendo. Me gusta el extrañamiento que mencionás. Procuré (ojalá lo haya hecho con cierta destreza) que no fuera afectado, sino que apuntara a generar un clima, una distancia y un asombro. El arte es visión antes que reconocimiento, decía Shklovski, y estoy de acuerdo. Cuando escribo intento provocar esa visión.
Dido también puede ser leído como una obra de teatro. ¿Lo pensaste también de esa manera?
Sí, lo pensé así. Una vez que decidí incluir varias voces, la estructura teatral se fue imponiendo de a poco. El libro terminó siendo algo así como una sucesión de monólogos y soliloquios con algún que otro diálogo. Incluir aclaraciones teatrales o la voz de un narrador no habría quedado bien. Los personajes van contando la historia a medida que transcurre. Como es un libro de cierta extensión, era necesario que hubiera algunas divisiones internas. Las cinco partes se corresponden a los cinco actos de una obra.
Además de esas cuestiones estructurales, la impronta teatral se explica en que la historia narrada –o representada—es una tragedia. Si tuviera que definir el género del libro, diría que es eso: una tragedia. Están presentes los elementos propios de ella: hay un enfrentamiento irreductible entre dos legalidades –la erótica-afectiva y la política—, hay desmesura y hay un final desgraciado, de alguna forma anunciado desde el comienzo, todo eso comprimido en un período de tiempo ficcional relativamente corto.
Actualmente tenés otros proyectos de escritura?
Sí, estoy escribiendo otro libro de poesía. Se trata de una serie de poemas en primera persona, enunciados por diferentes personajes (literarios, mitológicos, históricos) e hilvanados por una voz principal. Quiero que sea un libro coral. Va lento, pero avanza. También tengo otros proyectos a medio camino o en mi cabeza, en los que espero trabajar más adelante. Son otros libros de poesía y una obra de teatro en verso.