Canción de invierno recitada por el
hombre del volcán
Nicolás Correa
Los poemas de este libro articulan un conjunto de vocablos que refieren las penurias del infierno y un aire apocalíptico, una saga que prolonga la narrativa publicada por el autor.
AUTOR: Nicolás Correa
NÚMERO DE PÁGINAS: 64 p.
FORMATO: 21 X 13 CM.
AÑO DE EDICIÓN: 2016
ISBN: 978-987-29291-8-3
COLECCIÓN: Astrolabio
Acerca del libro...
Los poemas de este libro articulan un conjunto de vocablos que refieren las penurias del infierno y un aire apocalíptico, una saga que prolonga la narrativa publicada por el autor. Hogueras, diablos, plagas, círculos ígneos, hedores, monstruos, pequeños brujos, carnes chamuscadas, posesos, mazmorras, dioses invertidos conforman el imaginario de Correa, dice Carlos Battilana. El mal está entre nosotros y la única forma de exorcizarlo es a través de la palabra., porque después de tantas palabras siempre queda la palabra.
Las formas del impulso
Las últimas palabras de canción de invierno recitada por el hombre del volcán, de Nicolás Correa son: “me dije esta es nuestra música nuestra forma/ la forma”. Atisbar una forma a través de la poesía (un movimiento acústico y un núcleo de sentido) es el atávico principio del que escribe: una pulsión y una fuerza, una especie de música corporal. La equivalencia entre la respiración de un lenguaje y el registro de la experiencia es una utopía literaria, un deseo inacabable que Rubén Darío comprendió profundamente (“Yo persigo una forma que no encuentra mi estilo”) y que César Vallejo también percibió (“Quiero escribir, pero me sale espuma”). ¿Qué fuerza sostiene esta poesía, qué potencia contiene? Como el fragmento de un relato que narra una falta -una suerte de condena de origen-, estos textos arman versos que buscan, paradójicamente, desarmarse, rearmarse otra vez y así constituir una cosmogonía desde donde avistar el caos y la incertidumbre del mundo. A pesar de que se va en busca de una visión (esa palabra que reaparece en este libro, y que evoca el universo onírico y profético de Miguel Ángel Bustos, el de las visiones de los hijos del mal), en ocasiones, se desea ser ciego para no ver el desastre de la destrucción. En este libro rara vez el poema es un sistema armónico. Más bien es un objeto lleno de discontinuidades y rupturas que proyecta una configuración áspera: el poema no es el instrumento de una fluencia, sino el espacio por donde acontece la inflexión de una voz; sus contracciones y fragmentaciones.
Los poemas de este libro articulan un conjunto de vocablos que refieren las penurias del infierno y un aire apocalíptico, una saga que prolonga la narrativa publicada por el autor. Hogueras, diablos, plagas, círculos ígneos, hedores, monstruos, pequeños brujos, carnes chamuscadas, posesos, mazmorras, dioses invertidos conforman el imaginario de Correa, en el que a veces se esboza una historia (“construí una casa en medio del monte / para esconderme”). Una anodina tarea bajo el sol, sin embargo, parece ser la verdadera experiencia del mundo. La figura del padre que se levanta para cumplir la tarea que el capitalismo le ha asignado, es observada con renovado amor y con una piedad que más que sumisión, promueve un desacato contra toda injusticia. Los excluidos, los marginados, los hundidos sólo parecen mirar cómo suceden los avatares y los días, pero Correa revela que también se puede escribir. En este caso, la actividad de la escritura no registra pasivamente las cosas, sino que puede convertirse en una amenaza y, también, en una oscura e inasible venganza. Representar aquello que se fuga, “una cosa que se desvanece”, consiste en imaginar un instante de felicidad y en desmarcarse del derrumbe. Las alusiones infernales, la condena del más allá, la retórica mitológica y bíblica son proyecciones para dar lugar a una canción de invierno (el lenguaje sostenido de una respiración, la temblorosa lírica del frío) recitada por una voz que se alimenta de un recóndito dolor y de una intemperie esencial. Dolor, intemperie, sí. También una amorosa constancia del que observa los acontecimientos, y -como ademán de rebeldíapromueve un impulso, desata una fuerza, no deja de escribir.
Carlos Battilana.
Acerca del autor...
Nicolás Correa, 1983, Morón. Tiene editados los libros de cuentos Made in China (2007) Engranajes de sangre (Milena Caserola, 2008), Prisiones terrestres (Editorial de la Universidad de La Plata, 2010), 83 en la colección Exposición de la actual narrativa rioplatense (Editorial El 8vo Loco- Milena Caserola, 2013) y Rosas Gamarra (Ministerio de Cultura de la Nación, 2015); las novelas Súcubo (Editorial WuWei, 2013) e Íncubo (Editorial WuWei, 2015), primera y segunda parte de la trilogía La Trinidad de la Antigua Serpiente, que dan inicio en la Argentina a la literatura versada sobre el fenómeno del exorcismo. Su primer poemario Virgencita de los muertos fue publicado en 2012 por la editorial Libros de la talita dorada, colección Los detectives salvajes y reeditado por Alto Pogo (2014). El camino de la siesta (La bola editora, 2015), es su último poemario. Participó en varias antologías y revistas; ha recibido diferentes menciones y premios.