Nota en Revista NEACONATUS
Según el escritor francés Emmanuel Carrère una niña que lee puede que se transforme en una adolescente que escribe y luego en una poeta, una improbable generalidad histórica. Otra pretendió que en Rusia los y las poetas fueran tan notorios como las estrellas occidentales del cinematógrafo o la música popular. Como si la vocación fuera una cuestión geopolítica. Del mismo modo otro tópico otorgó a la filosofía el territorio de la razón y a la poesía las regiones de la intuición. Todas fórmulas eventuales y sin fundamento esencial.
Aquella niña que lee, como Alicia Marina Rossi, sólo quiere jugar en solitario con palabras, porque nadie ve las palabras y eso le
permite gozar de la soledad y el silencio. Lo único que necesita para estar a gusto con sus amigos y amigas invisibles. Estas relaciones secretas crecerán a través de los años y le permitirán a la mujer que ya peina canas y comenzó su vida siendo aquella niña que leía, seguir jugando a las palabras en sus íntimas constelaciones de imágenes.
La autora organiza, transforma y estructura las palabras para volverlas poema. En verdad, todo el libro El espacio de lo posible es un largo poema fraccionado en capítulos con temas que van cambiando pero que mantienen una sola y única conversión, digamos un esqueleto que posee una columna vertebral que consiste en el izamiento del lenguaje a poesía. Esa ganancia en altura es lograda en este magnífico poemario gracias al descubrimiento de la potencia de cada término que hace la poeta, al unir y separar cada uno de ellos de manera magistral, bella, liberta de accesorios molestos, llena de fuerza germinativa, embrionaria, elevada de su objeto.
Hay algo muy interesante en esta obra, que no solemos encontrar en general en lo que se publica, y es que se siente que la poeta está en su poema, pero con genio poético, con su yo poético, no como un sujeto biográfico. Sabemos que el componente individual tiene su peso en el momento de la escritura, cómo no, si Alicia, en este caso, es la agente hegemónica de su obra, pero a las contingencias del universo interior y exterior, a sus avatares individuales ella sabe, su pulido oficio así nos lo demuestra, cambiarlos de fuente nutricia, reversión artística mediante, en algo nuevo, inédito, en una criatura sola, sublime: el poema.
Me quedé
como plumas de una garza rosada
que entregó el cuerpo durante una noche y otras.
Sobrevive escondido.
Lo llevo en las caderas
donde la tanga ajusta
donde el hombre pondría sus pistolas
guardo el loco amor.
No lo dejo caer.